Serendipity
“El pasado, el presente y el futuro sólo son ilusiones, aunque muy testarudas.”
El término Serendipity no existe en el diccionario de la Real Academia. El concepto aparece en español en otros diccionarios, como el Español Actual de Manuel Seco, que define “serendipidad” como la “facultad de hacer un descubrimiento o un hallazgo afortunado de manera accidental”.
Es un lugar común –al menos para Wikipedia- que el término ‘serendipia’ deriva del anglosajón “Serendipity” –que me suena mucho mejor-, neologismo acuñado por Horace Walpole en 1754 a partir de un cuento persa del siglo XVIII llamado «Los tres príncipes de Serendip», en el que los protagonistas, unos príncipes de la isla Serendip solucionaban sus problemas a través de increíbles casualidades. Al lingüista José Antonio Millán le gusta mas la acepción ‘serendipia’ que ‘serendipidad’. A mi no me acaban de gustar ninguna de las dos.
Serendipity se utilizaba normalmente para referirse a grandes o pequeños descubrimientos científicos ‘casuales’ o debidos a una combinatoria propia del azar unida a un contexto de otras búsquedas o investigaciones en la que también “se descubre por accidente”. Según Umberto Eco, esa fue la causa por la que Colón –que buscaba las Indias- descubrió América. Así, según ese proceso de ‘serendipidad’, Isaac Newton descubrió la gravitación al ver caer una manzana; John Wesley Hyatt, encontró la fórmula del celuloide en 1870; Alexander Fleming, descubrió la penicilina en 1922, o Niels Bohr halló la estructura del átomo a través de un sueño –eso ya se considera una pseudoserendipia-, al igual que los nombres de dos satélites de Marte a los que Jonathan Swift, en 1726, describe y denomina en su libro Los viajes de Gulliver, “Miedo” y “Terror”, y que hoy ya están en los catálogos astronómicos como Fobos y Deimos, exactamente los equivalentes en griego de los nombres de Swift. “Serendípico” sería el olvido de un operario de los laboratorios de 3M, que no añadió un componente de un pegamento, lo que dio como resultado un adhesivo de baja calidad para la empresa, pero que al final se convirtió en un producto universal: las notas adhesivas Post-it que ya ‘existen’ incluso como objeto virtual en las pantallas de ordenador.
La ‘Serendipity’, en cualquier caso, se relacionaba con grandes nombres de la ciencia y la invención que en su proceso creador habían hecho descubrimientos por accidente y cuyas aplicaciones han sido decisivas. Pero ¿qué ocurre si el término que describe el fenómeno Serendipity asociado hasta ahora con algo accidental y extraordinario se convierte en algo cotidiano, algo que estuviéramos experimentando millones de personas cada día a todas horas? Habría que encontrar un verbo con el que conjugar esa acción cotidiana. Esa acción nos ocurre en cada búsqueda que realizamos con el buscador Google: sus algortimos nos responden con millones de respuestas a cada una de nuestras preguntas concretas en un proceso cargado de ‘serendipia’. Y no solo pasa con Google: de forma creciente, además de con los buscadores, pasa sobre todo con la interacción social de la Web 2.0 en la que todo el tiempo encontramos ideas y conocimientos interesantes sin buscarlas en nuestra actividad social en internet, en las webs, en los blogs, en los foros, en Flickr, en YouTube, en Second Life, por todos lados en la red –es como una gigantesca tecnología ‘push’ cuya información viene a nosotros sin buscarla-. La sociedad en red es un “mundo serendípico” donde lo extraordinario pasa a ser una “serendipia” cotidiana y omnipresente. Una Serendipity que emerge del sistema generativo de creación e interacción colectiva en la red servida por los algoritmos matemáticos de alto nivel de la Web 2.0. Einstein, decía “El pasado, el presente y el futuro sólo son ilusiones, aunque muy testarudas”. La Serendipity lo puede ser aún más.
Pie de foto:
‘Imágenes del sistema global Newsmap que proporciona conexión con miles de noticias en tiempo real y con miles medios que las publican, en un proceso de Serendipity’.
(Publicado en la Revista ‘Valencia7 Dias’ el 15/6/2007)
10/09/2007, escrito por Adolfo Plasencia